jueves, 10 de abril de 2014

Alejandro Vásquez

Alicia en el País de las Fotografías

La mañana era tediosa. Un proyector dejaba escurrir imágenes sobre una pantalla blanca. La oscuridad era asustada por los zarpazos del resplandor de las fotografías. Los ojos de los presentes titilaban al ritmo de la luz del aparato. Permanecía de pie casi al fondo del salón. Intermitentemente soltaba una frase. Unas frases. Una retahila de palabras engarzada desde mi fuerza cósmica interior. Llegaban a mi boca. Disfrutaban de mi saliva y saltaban. Asaltaban los oídos de quienes quisieran compartir asuntos de la estética y de la imagen, entre otros.
Al término de un tiempo, se hizo un silencio de claridad. Las imágenes dejaron de verse sobre el cuadrado blanco. Uno de los asistentes, desde la última fila de asientos, estiró el brazo y encendió las luces de la sala. Las pupilas comenzaron a cerrarse atropelladamente. Nos miramos. Buscamos ubicación visual. Alguien desde una silla inclinó su cuerpo hacia delante para recoger un cuaderno. Seguí su movimiento. Dos cocuyos blanco - rosáceos, continuaban alumbrando. Me encandilaron. Me aislaron de las conversas recién iniciadas. Me sumergieron en un mar de luz con olor a flores amarillas. Los miré con cautela. Quizás con la dolorosa duda que puede producir a un mirón, los retratos de Hamilton o de Lewis Carrol. Ella se levantó de su asiento. Me vió con amabilidad. Mi mirada se arrastró por el piso. La puerta del lugar se abrió. El sonido de las pisadas era la estela de la casi ausencia.
-Hasta luego profesor - me dijo, y volví a existir como un vulgar encantador de imágenes.


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